miércoles, 7 de abril de 2010

Que pasaría si...



Pipipipi, pipipipi; pipipi,pipipi. Clock.
Acababa de sonar el despertador, y ya se podía hacer oficial que hoy era un gran día. Era un gran
día porque yo, Lucas Wess, de 24 años, pelo castaño, gran altura y con un gran atractivo, presentaba
el mayor trabajo de mi vida, estuve seis años y medio trabajando en él. Iba a ser espectacular.
No quería quedarme pegado a las sábanas por lo que me levanté deprisa y me vestí, después desayuné
y a continuación me puse a organizar alguna de las cuestiones de la exposición de mi excelentísimo
trabajo, como: realizar un discurso sobre mi trabajo, llamar a un catering para preparar algo para comer,
etc.
Al cabo de unas horas ya estaba todo preparado y tan sólo me faltaba vestirme, ir al museo dónde se
exponía y esperar una hora y media hasta llegar los del catering, invitados, periodistas, etc.
Me puse un sofisticado traje de chaqueta negro, con una camisa blanca y una corbata rosa, llevaba unos
zapatos negros. Me había preparado para la ocasión.
Poco a poco llegó el catering, después los periodistas y a continuación los invitados. A todos les pareció
espectacular y al acabar la exposición todo el mundo iba cuchicheando sobre ella. Verdaderamente
había sido un gran día, pero intuía que algo malo iba a acabar con él, nunca se tiene un día perfecto,
aunque las cosas pueden cambiar.
Al día siguiente me levanté con ganas y fui a recoger la exposición para llevarla a otras ciudades, pero
cuando llegué supe que las cosas no iban a marchar también como esperaba. Llegaron varios choches
de policía para investigar el caso al saber lo maravillosa que había sido la exposición, pero al llegar allí,
se llevaron una enorme desilusión, la exposición sólo contaba con una cartulina con tres palabras, que
para ellos no tenían ninguna importancia. Habían venido aquí para investigar el caso de un robo en el
gran museo británico y se encontraban con que sólo habían robado una insignificante cartulina, penoso,
era horrible que alguien pensase que las palabras eran algo insignificante. Sólo de pensar en ello… brrrr,
era escalofriante. Poco a poco sólo quedamos en la sala los curiosos, algunas personas que le daban
sentido a las palabras y yo. Era trise. Tenía que recuperarlas como fuera, sin labios no se podría besar
a nadie y por lo tanto desaparecería la palabra besar y sus derivadas, no se podría demostrar el amor
hacia una persona de forma directa y sería incómodo comer o beber; sin color el gris, el negro y el blanco
se apoderarían de todo y sería aburrido contemplar el paisaje; y, por último, sin las flores las abejas ya
no existen, ni la miel, ni los panales, por lo tanto ya no hay cera y no se pueden hacer velas. ¡Sería una
catástrofe!
Cogí el coche e intenté buscar al ladrón, pero ir de un lado a otro sin un rumbo fijo… era aburrido y,
verdaderamente, no servía para nada. Esperé, y decidí pensar como un ladrón, iría a… y después…
volvería a la escena del crimen y… aunque pareciera raro para ciertos incultos, habían asesinado a tres
palabras, y eso, asesinar es un crimen, que había devolverlas a la vida.
Esperé durante días y días, pero nada, no quería olvidarlo, debía recuperarlas pero… las olvidé. Ya, con
el robo enterrado y escondido en mi cabeza, paseando por la calle, encontré a un hombre que,
literalmente, estaba desternillán-dose de risa, pasé de largo sin mostrar interés alguno, pero sabía que
no podía y no tuve más remedio que hacerme caso y mirarle fijamente, le salían letras de la ropa, y en
una de las carcajadas saltó algo alargado, al principio no supe lo que era, pero después me di cuenta
de que aquello más que algo, era una palabra, estaba seguro de que él las había robado y era el culpable
de todo.
Después de hablar con él, me cedió las palabras rápidamente intentando quitárselas de en medio lo antes
posible, decía que le habían echo la vida imposible y sólo le habían causado problemas. Al cabo de unos
meses escribí un libro, del que un resumen os relato, y, por supuesto, tuvo un gran éxito.
Fin

 
 

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