jueves, 17 de diciembre de 2009

Convulsiones agenas.

Y entonces, me desperté.
Tenía unas convulsiones horribles, todo a mi alrededor se movía.
Pero no era yo…
Me di cuenta entonces, de que mis padres habían encendido la luz del pasillo, por lo que estaban en el salón.
Cogí a Tugui, y fui con ellos.
Las bolas del árbol de Navidad estallaban en el suelo, como gotas de lluvia de porcelana. La sombra del árbol era gigante, parecía haber cobrado vida.
Venía hacia mí.
Corrí a los brazos de mi madre. Me abracé fuertemente a ella, nada me habría separado de ella.
Excepto eso.
El árbol estaba a punto de caer sobre nosotros, su sombra ya nos tapaba, las luces nos cegaban, y las bolas estaban listas para estallar sobre nosotros.
Huimos.
Llegamos a la cocina. Todos los cuchillos estaban en el suelo, parecía que un asesino hubiera estado eligiéndolos. Las cucharas con el reflejo de la luz. Los tenedores parecían tridentes.
Corrimos a la terraza.
En la calle la gente gritaba. Las madres sostenían a sus hijos. Los padres las tranquilizaban .
Fuimos escaleras abajo.
Salté los escalones de dos en dos. Eran nueve pisos. MI madre estaba muy agitada. Tenía el pelo electrizado, cosa que solo le pasaba cuando estaba nerviosa.
Octavo piso.
Mi padre estaba completamente sudado. Aún teniendo la espalda mal, iba segundo bajando las escaleras.
Séptimo piso.
A mis escasos diez años, había vivido ya dos terremotos, pero no de tal calibre, no lo dejamos todo atrás.
Sexto piso.
Agarrada a Tugui, mi peluche, di un traspiés y caí de bruces. Enseguida me levanté, solo tenía un rasguño en la rodilla.
Quinto piso.
Por la escaleras había de todo: ropa, zapatos, peluches, diademas, calcetines…
Cuarto piso.
A medida que descendíamos, se sentía menos el terremoto. Aún así, era impresionante.
Tercer piso.
Mi madre alcanzó a mi padre, y ellos me alcanzaron a mí. Quedaba poco para salir.
Segundo piso.
No hablamos en todo el camino, solo proferimos algunos “¡uh!” por el esfuerzo.
Primer piso.
No sé si por la euforia, por parar, o por qué, pero en ese piso saltamos los escalones de tres en tres.
Bajo.
Los últimos cuatro escalones, los bajé saltando y tirando a Tugui por los aires, eufórica. La puerta estaba abierta.
Salimos.
Los vecinos nos recibieron con los brazos abiertos. Yo me abracé a mi madre.
Era un espectáculo sobrecogedor.
Parecí que el edificio no fuera a aguantar mucho tiempo, por eso, vinieron los bomberos.
Y entonces, me dormí.

jueves, 10 de diciembre de 2009


Como un amor de verano perdi a un amigo falso pero el verdadero sigue
aquí con migo


una abeja es un compañero que busca su flor perfecta


si coges una flor la plantas en el suelo la cuidas y crecerá entonces recogerás sus frutos y los guardas en tu corazón


la amistad es como una semilla ,se busca la adecuada , luego la plantas, hecha raíces y nunca se pierde